Enrique Marcelo Aguirre
Plutarco
nos cuenta que las Ménades que asesinaron a Orfeo fueron castigadas por sus
maridos, que las dejaron marcadas con tatuajes en brazos y piernas. Otros dicen
que los dioses, furiosos con ellas, iban a haberlas matado por sus faltas, pero Dionisio las castigó antes atándolas al suelo con raíces, convirtiéndolas en robles.
·
Cf. Robert
Graves, Greek Mythology.
·
Cf. www.androphile.org
Orfeo es
uno de los personajes de la literatura griega de gran influencia en
diversas corrientes filosóficas y religioso-místicas de la Antigüedad.
Sobre lo
relativo a su historicidad se extiende un oscuro manto de misterio e
incertidumbre, comparable acaso a Pitágoras de Samos, a tal punto que es casi
imposible saber si realmente existió y si enseñó o dijo lo que siglos de
historia y tradición oral le atribuyeron.
Platón,
por ejemplo, parece estar convencido de su existencia histórica, y su propio
pensamiento, según numerosos críticos, no escapa a la influencia del llamado
“orfismo”. Aristóteles, en cambio, afirma
que no existió el “poeta Orfeo”, aunque sí concedía valor histórico a
antiguos poemas cosmogónicos a él atribuidos, que ponían a la Noche como el principio del
mundo y los dioses [1].
Lo que no
podemos negar es el matiz de sensibilidad artística (canto, poesía y música)
que permanece como un atributo invariable de su mítica figura, testimonio de la
particular influencia que ejerció sobre él su divina madre, la musa Calíope.
Incluso en el alto Medioevo occidental, Tomás de Aquino interpretando
alegóricamente su condición de músico-poeta-taumaturgo que “hace saltar las
piedras con su lira”, lo considera como un gran orador que con sus palabras fue
capaz de ablandar a los hombres más duros, y uno de los primeros en la Antigüedad que indujo a
hombres solitarios y bestiales a convivir en común de modo civilizado [2].
En cuanto
al contenido medular de la cosmogonía atribuida antiguamente a Orfeo, ocupan un
lugar de relevancia las ideas de lo “nocturno” por un lado, y lo “solitario”
por otro; y ambas parecen estar íntimamente relacionadas, tanto por las
posibles etimologías del nombre del Poeta, como por los ritos mistéricos que
desde aproximadamente el s. VI a.C fueron asociados al entonces naciente
movimiento soteriológico-filosófico llamado “orfismo”. El nombre “Orfeo” puede
derivarse:
1) del gr. orjow (orphóo) = privar, quitar; muy probablemente en relación a la compañía familiar: orjanoV (orphanós) = huérfano, abandonado de sus parientes más cercanos; de allí que también los vinculados a este movimiento hayan sido conocidos antiguamente como orjoi (órphoi) = los solitarios del sur de Italia [3]. En una segunda acepción, el nombre de nuestro personaje puede estar relacionado con la privación de otro género, de luz, de claridad diurna:
2) orjanioV (orphanáios) = oscuro, nocturno, sombrío. En tercer lugar, y esta vez más relacionado al rito esencial del Orfismo antiguo: la omofagia [4] —comida de carne cruda— practicado principalmente enla Magna Grecia , sur de
Italia, podemos encontrar otro posible origen onomástico:
3) orjninoV (órphninos) = rojo oscuro, con plausible alusión a la carne y sangre rituales.
1) del gr. orjow (orphóo) = privar, quitar; muy probablemente en relación a la compañía familiar: orjanoV (orphanós) = huérfano, abandonado de sus parientes más cercanos; de allí que también los vinculados a este movimiento hayan sido conocidos antiguamente como orjoi (órphoi) = los solitarios del sur de Italia [3]. En una segunda acepción, el nombre de nuestro personaje puede estar relacionado con la privación de otro género, de luz, de claridad diurna:
2) orjanioV (orphanáios) = oscuro, nocturno, sombrío. En tercer lugar, y esta vez más relacionado al rito esencial del Orfismo antiguo: la omofagia [4] —comida de carne cruda— practicado principalmente en
3) orjninoV (órphninos) = rojo oscuro, con plausible alusión a la carne y sangre rituales.
De alguna
manera los tres mencionados sentidos del nombre de nuestro personaje están
relacionados intrínsecamente con su mítica historia. Después de la muerte de su
amada, Orfeo queda privado de su
compañía y vaga solitario (1),
incluso desciende a la gris tierra de los muertos, convirtiéndose con su oscura y sombría alma en duelo (2)
en un valiente que enfrenta las potestades del inframundo con la esperanza de
rescatar a su amada; y finalmente acaba sus días bañado en su propia sangre, despedazado vivo (3).
Si
observamos a grandes rasgos el movimiento del tejido su “historia”, encontramos
que todo parece girar en torno a la belleza y al amor. Orfeo lejos de ser un
“blando” —a quien, por ser tal, los dioses del inframundo le mostraron un
“fantasma de mujer” en vez de una real, como al parecer pensaba Platón [5]—
demostró gran valentía no sólo al ir al frente de varias expediciones bélicas,
sino sobre todo al enfrentar incluso a las potestades de la muerte para
rescatar a su amada; pero hay algo que lo distingue, acercando su figura más al
divino Apolo que al perfil del valiente bélico: su valor y virilidad no están
expresadas como solía ser común en los héroes; el acometer de su virilidad no
se canaliza por la fuerza física ni la espada, sino a través de la encantadora
dulzura de su canto acompañado de la extática belleza de su música.
Su lira,
regalo de Apolo, se ha convertido en el emblema de su figura. El término parece
provenir del v. luw (lýo) = desatar, liberar. Con ella, se
decía, Orfeo encantaba a las fieras y mitigaba la ira de sus enemigos y hasta
la de los dioses del inframundo. Podemos pensar en nuestro personaje como aquel
hombre que por medio de la belleza del arte musical libera a los hombres del
dominio despótico de sus propias pasiones. En suma, Orfeo tocando la lira es
símbolo de la armonía interior y del dominio de las pasiones; idea muy preciada
desde antiguo y que parece estar ligada, según Jung, al cometido esencial de
los ritos órficos [6]. Y a tal punto son
inseparables, que incluso después de asesinado, su cabeza continuaba cantando
junto a la lira, flotando ambas por río Hebros, término —de hbh (hébe)— que connota las ideas de vigor
puberal, juventud y lozanía.
Este
cuadro final parece sugerir icónicamente la síntesis entre la figura del
“mártir” Orfeo y su lira con las ideas perennes de juventud e inmortalidad. La
lira, al ser divinamente ascendida a los cielos y transformada en constelación
de estrellas, se convierte así quizá en el “ideal” apolíneo de la ética griega,
que consiste esencialmente en la “armonía interior” resultante de la
racionalidad y el dominio de las pasiones, como requisito obligado para
alcanzar la sabiduría y la “elevación del alma”; testigos elocuentes de ello
son Pitágoras, Epicuro, Plotino.
Orfeo fue,
paradójicamente, víctima del desenfreno de las pasiones de las Ménades. Estas
mujeres pasaron del deseo a la ira, como producto del rechazo de Orfeo,
mostrándose impasible a la belleza física y encantos de las muchachas, hiriendo
así el orgullo femenino y desatando su mortal furia. El amor que profesó a su
amada y esposa quedó vedado al alcance de cualquier otra mujer tras la prematura
muerte de aquella, acaso muy idealizada [7],
naturalmente, tras el vínculo matrimonial recientemente consumado. Lo cierto es
que la perdió dos veces, en la tierra y en el inframundo, primero a causa de
una serpiente, luego a causa de su error; lo cual no hizo sino agrandar su
herida: Poenaque respectus et nunc manet,
Orpheus, in te (y la pena de mirar hacia atrás, ahora, Orfeo, permanece en
ti) [8].
Sin poder
fijarse en otra mujer, buscó refugio y solaz como sacerdote en el templo de
Apolo, en el ámbito de lo “sagrado”, término cuyas raíces —lat sacer; gr. ag (ág), ana (aná) = arriba, por encima de— nos
remiten a la idea de “lo elevado”, comúnmente vinculado a lo espiritual y divino,
por encima de las cosas mundanas. Tras esta experiencia se opera en su interior
no la pérdida del deseo sino la reorientación de éste hacia los muchachos. Y se
erige en un “maestro” que enseñó a los hombres de la Tracia de su tiempo (s VI
ac) el arte de amar a los muchachos, revelándoles que a través de ese amor se
podía volver a sentir la juventud, tocar la inocencia de los años mozos, oler
las flores de la primavera, como testimonia la leyenda. Orfeo no sólo supera el
dolor por la muerte de su amada, sino que encuentra un “nuevo sendero” por el
cual transitar este mundo, el amor de los muchachos, disfrutando de la belleza
y del vigor de la vida. Aunque Orfeo tuvo muchos amantes, hubo un muchacho a
quien amó con predilección, el hijo de Boreo (de boreas [bóreas] = viento del Norte), Clais, cuyo
nombre (de klaiw [claío] = llorar) remite a la idea del
llanto del cielo, la lluvia. Al parecer Clais se erige como representante del
consuelo que finalmente encontró Orfeo tras el llanto y el duelo por su
Eurídice. Mas el consuelo no duró mucho. Pronto las celosas y furiosas Ménades
pondrían fin a la vida de Orfeo.
Su padre
es un hombre a quien ninguna mujer mortal podía satisfacer, y su nombre (ra - agoV [ea – agrós] remite a la idea de un
“campo antiguo, inmemorial”; su madre es una de las divinidades femeninas
guardianes de los bosques, montañas y ríos, y su nombre (kaloV - opoi [kalós – hópoi]) remite a la idea de
“bella guía para el camino”. En síntesis, nacido de la unión de Eagro y
Calíope, Orfeo aparece así como el
“fruto de lo natural, de la naturaleza”. Paradójicamente, una se sus asesinas
le gritó airada “¡hombre antinatural!”, por haber cambiado la belleza y
encantos femeninos por la belleza y el vigor de los hombres.
Mas
siguiendo con el análisis de “lo natural” en Orfeo, no olvidemos un detalle:
uno de sus padres no era un mortal. Su madre era una divinidad de los bosques,
montañas y ríos. De modo que “lo natural” estaba presente en Orfeo, pero
también algo de la esfera de “lo divino”, que lo hacía capaz de elevar su
mirada por encima de la atracción meramente biológica ligada a la reproducción
a partir de la copulación macho-hembra. La unión de los hombres, está ordenada
no a la reproducción biológica, pero tampoco está condenada a la más absoluta
“esterilidad”. Sino que se orienta a la fecundidad del amor por encima del
plano meramente carnal y biológico. Este es el plano de la Philía o Amicitia,
la amistad, el amor libre y desinteresado entre pares. De allí, ¿no es justo
pensar que la homosexualidad corre el riesgo de ser un sinsentido si la unión
sexual entre hombres no está fecundada con el amor de la amistad [9]?
¿Acaso no vale lo mismo para la relación entre un hombre y una mujer?...
Lo cierto
es que las mujeres que pusieron fin a la vida de Orfeo no estuvieron movidas
por al “amor” hacia él, sino más bien por la pasión —si se me permite—
“desnaturalizada” que lleva a aniquilar al objeto del deseo. Acaso se mostraba
así ser más natural el amor de Orfeo por Clais que no el monstruoso dominio
ciego de los celos y odio de las Ménades que las llevaron a cometer una hybris (hybris = desmesura; la noción griega más
cercana a la de peccatus).
Finalmente los dioses, compensando tal hybris,
hacen justicia convirtiendo a las desenfrenadas asesinas en robles (de rew [hréo] = acometer con poder; y del lat robur = rojo), testigos perennes de una
“pasión” sangrienta.
Lic. Enrique Marcelo Aguirre
Licenciado
en Filosofia,
BsAs,
agosto de 2007
[1] Cf. W. Jaeger, La
teología de los primeros filósofos griegos, FCE, México, 19923;
pp. 60ss.
[2] Cf. Thomae Aquinatis, In I De Anima, lect XII, n 13; versión electrónica, Inst. Regina Martyrum, Roma, 1992.
[3] Cf. P. B. Grenet, Historia
de la filosofìa antigua, Herder, Barcelona, 19925; p. 24.
[4] Ibid.
[5] Cf. J. Lacán, Seminarios,
VIII: “La transferencia”, clase 3;
versión electrónica, Folio Views 4.1, BsAs, 2002.
[6] Cf. C. G. Jung, Psicología
y Alquimia, Plaza & Janes SA, Barcelona, 1971; III: “Las ideas de
salvación en la Alquimia ”,
3: “La obra”, Nota n 36.
[7] “La idealización es un proceso que tiene efecto en el
objeto, engrandeciéndolo y elevándolo psíquicamente, sin transformar su
naturaleza. La idealización puede producirse tanto en el terreno de la libido
del yo como en el de la libido objetal”; S. Freud, Introducción al narcisismo, versión electrónica, Folio Views 4.1,
BsAs, 2002.
[8] Cf. J. Lacán, Escritos,
II.6 : “La juventud de Gide o la Letra y el Deseo”, cintando a Virgilio; versión
electrónica, Folio Views 4.1, BsAs, 2002.
[9] Una relación homosexual sin amistad “es una relación
aún sin forma: es decir la mera suma de todas las cosas a través de las cuáles
uno y otro pueden darse placer. Es una de las concesiones que se les hace a los
otros el no presentar la homosexualitdad sino bajo la forma de un placer
inmediato, el de dos jóvenes que se encuentran en la calle, se seducen con una
mirada, se ponen una mano en la grupa sintiendo un placer intenso un cuarto de
hora. Se tiene aquí una especie de imagen simplista de la homosexualidad que
pierde toda virtualidad por dos razones: ella responde a un canon asegurador de
la belleza meramente externa y anula la camaradería, el compañerismo…”; Michel
Foucault, Entrevistado por R. de
Ceccaty, J. Danet y Jean Le Bitoux, para la Rev. Gai
Pied, N° 25, abril de 1981 [versión
electrónica].
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